Si hubiera que reconocerle a Galán las cosas que hacía mejor en la vida habría que mencionar dos: era un excelente orador, y un insuperable diagnosticador.
Su oratoria no sólo hacía vibrar en la plaza pública, sino que fue consagratoria en su paso por el Congreso.
En cuanto a sus diagnósticos sobre los sucesos nacionales y los problemas del país, hay muchos que después de diez años de su muerte mantienen su extraordinaria vigencia a la luz de la postración del campo, de la corrupción, de la amenaza del narcotráfico y de la violencia guerrillera, y no habría que cambiarles una sola coma para concluir que en ellos está perfectamente explicado qué es todo lo que nos viene pasando a los colombianos.
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